La otra catástrofe tras la Dana: la brecha digital que condena al olvido a cientos de vecinos

En Catarroja, Benetússer o Algemesí, el barro ya se limpió. Las calles vuelven a parecer normales. Pero basta con tocar el timbre de cualquier edificio afectado por la Dana para darse cuenta de que la reconstrucción solo llegó hasta la acera. Dentro, la vida sigue estancada.

La Dana se llevó casas, recuerdos y negocios, pero también rompió algo más difícil de reparar: la confianza en las instituciones y el acceso al sistema digital que hoy lo gestiona todo.
Porque si perderlo todo ya es duro, intentar recuperarlo a golpe de formulario electrónico es directamente inhumano.

La brecha digital que deja atrás a los barrios de la Dana

Sin ascensor, sin ordenador y sin ayuda

Muchos de los vecinos más golpeados por la Dana son mayores o personas con pocos recursos.
Marisol, vecina de Benetússer, lleva un año sin poder salir de su casa porque el ascensor aún no funciona. Pero tampoco puede pedir una cita médica online ni firmar los papeles del seguro.

“No tengo ordenador ni sé usarlo, me dijeron que necesitaba la firma digital, pero eso es otra montaña”,
explica, con un tono entre la rabia y la resignación.

Esa “montaña” de burocracia digital se ha convertido en el nuevo muro invisible.
Las ayudas públicas, los informes técnicos, las subvenciones o incluso las reparaciones municipales se tramitan a través de portales electrónicos, inaccesibles para quien no domina la tecnología o ni siquiera tiene conexión a internet.

En muchos barrios, las bibliotecas públicas o los centros sociales donde antes podían ayudarles siguen cerrados o reubicados tras los daños del temporal. En Algemesí, por ejemplo, la biblioteca se trasladó al mercado municipal y todavía no funciona a pleno rendimiento.


La pobreza también se mide en megas

La brecha digital no es un problema nuevo, pero la Dana la hizo visible con crudeza.
No se trata solo de tener un ordenador o un móvil. Se trata de saber usarlo, tener cobertura, conexión estable y asistencia cuando algo falla.
En los barrios más humildes, eso simplemente no ocurre.

El resultado: familias que no pueden acceder a ayudas porque no saben descargarse un certificado, jóvenes que no pueden estudiar porque su casa aún no tiene fibra, o mayores que esperan meses una cita médica porque el sistema sanitario exige gestiones telemáticas.

Un vecino del Raval lo resumía así:

“Aquí no nos llega ni el WiFi ni el Estado.”

La frase, tan simple, es una radiografía perfecta de la desigualdad moderna.


Los barrios olvidados: pobreza, ansiedad y pantallas rotas

En las calles del Raval de Algemesí, donde aún se ven fachadas humedecidas y parques llenos de vidrios, la brecha digital se suma al deterioro social.
El consumo de ansiolíticos como el diazepam se ha disparado. Muchos vecinos sufren ansiedad o insomnio. La falta de apoyo psicológico se agrava porque las citas se piden por internet y los teléfonos de atención están saturados.

“Me da miedo salir, me da miedo dormir, y no sé a quién llamar,”
cuenta Nieves, una vecina que recibe ayuda psiquiátrica desde hace un año.
Dice que cada vez que suena una alarma o un ruido fuerte revive aquella noche. Pero ni siquiera puede acceder al servicio de salud mental por vía digital. Necesita que alguien lo haga por ella.

La Dana no solo inundó calles, inundó también el sistema, y quienes menos sabían nadar en ese mar de trámites son los que se están ahogando ahora.


De la catástrofe natural a la catástrofe administrativa

El problema no es solo humano, también institucional.
Mientras el Gobierno autonómico presume de haber “digitalizado” la gestión de emergencias y de que “las ayudas están en marcha”, la realidad en el terreno es otra: formularios complejos, portales colapsados, plazos que vencen sin respuesta y un laberinto electrónico que deja fuera a los más vulnerables.

La mayoría de los afectados no tienen asesoramiento ni acompañamiento digital.
Las ONGs locales, desbordadas, han improvisado puntos de ayuda para rellenar solicitudes, pero el proceso sigue siendo lento y frustrante.
El resultado: miles de personas siguen sin recibir las ayudas prometidas o las han perdido por errores en el sistema.


Lo que no se ve desde los despachos

El contraste entre la ceremonia de homenaje —con reyes, ministros y discursos solemnes— y la vida diaria en los barrios afectados resume el verdadero problema de fondo.
España se emociona un día al año, pero el resto del tiempo los olvidados vuelven a vivir en silencio, frente a una pantalla que no saben usar.

La brecha digital no es solo tecnológica, es una brecha de empatía, de acceso y de justicia.
Y mientras no se cierre, ninguna reconstrucción estará completa.


La tormenta invisible

La Dana fue una tormenta meteorológica. Pero la que vino después, la del abandono digital y burocrático, es una tormenta humana.
Los cables se arreglan, las paredes se pintan, pero la desconexión social tarda mucho más en repararse.

En un país donde todo se gestiona por vía electrónica, quien no tiene internet no tiene voz.
Y esa es, quizá, la lección más dura que ha dejado el agua: que incluso cuando baja el nivel del río, la desigualdad sigue flotando.

Artículos relacionados

Scroll al inicio