Trump y Putin amenazan al mundo con una nueva carrera nuclear
Estados Unidos y Rusia, los dos países con más poder destructivo del planeta, han decidido volver a mirar hacia el abismo. Donald Trump ha ordenado retomar los ensayos nucleares de su país, mientras Vladímir Putin presumía ante las cámaras de haber probado con éxito un dron submarino de propulsión nuclear capaz de destruir ciudades enteras con una ola radiactiva.
Dos gestos distintos, pero con un mismo mensaje: el fin de la contención que había reinado desde el final de la Guerra Fría.
El anuncio de Trump llega en un momento especialmente tenso. Menos de cuatro meses antes de que expire el último tratado que limita los arsenales de ambos países, el presidente estadounidense ha decidido romper con la prudencia de sus antecesores. “No tiene sentido fabricar armas y no probarlas. ¿Cómo vas a saber si funcionan?”, declaró.
Una frase que, en cualquier otro contexto, sería impensable en boca del líder de la mayor potencia nuclear del planeta.

Putin enseña los dientes con su dron Poseidón
Mientras tanto, desde Moscú, Putin aseguraba haber completado con éxito una prueba del Poseidón, un dron submarino de largo alcance impulsado por un reactor nuclear. Según sus propias palabras, el arma podría provocar “una ola radiactiva de cientos de metros” capaz de arrasar puertos enteros.
No se trata solo de tecnología militar, sino de un mensaje directo a Occidente: si Rusia no logra imponerse por tierra en Ucrania, puede hacerlo por miedo.
Expertos en defensa afirman que esta demostración no implica necesariamente que el Poseidón esté plenamente operativo, pero sí refuerza la narrativa de Putin: Rusia sigue siendo una superpotencia que nadie puede ignorar.
En un momento de aislamiento internacional, el Kremlin recurre a su carta más temida: el arsenal nuclear.
Estados Unidos responde: ensayos “sin explosiones”
Tras el anuncio de Trump, su propio secretario de Energía, Chris Wright, intentó calmar las aguas asegurando que los ensayos no incluirán detonaciones nucleares reales.
Según explicó, se trataría de “pruebas técnicas limitadas” en laboratorios subterráneos para verificar el rendimiento de componentes. Pero el daño diplomático ya estaba hecho: el mundo entendió el gesto como una ruptura del tabú nuclear.
El último ensayo nuclear estadounidense se realizó en 1992. Desde entonces, todos los presidentes —republicanos y demócratas— habían respetado una moratoria no escrita para mantener la estabilidad global. Trump ha decidido romperla, reabriendo un frente que nadie parecía dispuesto a abrir.
Un tablero que se desmorona
Rusia y Estados Unidos acumulan más del 90 % del arsenal nuclear mundial: unas 12.000 cabezas atómicas según estimaciones de la Federación de Científicos Estadounidenses.
Con ese poder sobre la mesa, cualquier movimiento tiene implicaciones globales. Y los últimos gestos de ambas potencias parecen anunciar el inicio de una nueva carrera armamentística, esta vez sin reglas claras.
El último tratado que aún mantiene límites, el New START, expira en unos meses y no hay negociaciones en marcha para renovarlo. Si se deja morir, ambos países podrán producir y desplegar libremente nuevos misiles, submarinos y bombas atómicas, algo que no ocurría desde hace tres décadas.
En palabras de un diplomático europeo, “estamos más cerca del colapso del sistema de control nuclear que en cualquier momento desde los años ochenta”.
El eco en Europa y el riesgo para el mundo
Europa observa la situación con creciente inquietud. Francia y Reino Unido podrían verse presionados para modernizar sus propios arsenales, mientras la OTAN deberá decidir cómo reaccionar ante un posible rearme global.
España, aunque no posee armas nucleares, se vería directamente afectada por los cambios en la estrategia de disuasión de la Alianza Atlántica y por la escalada del gasto militar.
El riesgo no es solo militar. Un aumento de la tensión nuclear reaviva la carrera tecnológica y los presupuestos de defensa, desviando recursos de la transición ecológica, la inteligencia artificial y otras prioridades mundiales.
Y en el terreno psicológico, la amenaza nuclear vuelve a instalarse en la conciencia colectiva, algo que parecía superado desde la caída del Muro de Berlín.
Una carrera que nadie puede ganar
Los expertos advierten de que esta nueva fase no busca una guerra, sino una guerra de nervios. Trump y Putin utilizan la amenaza nuclear como herramienta política: el primero para reafirmar su liderazgo interno y proyectar fuerza; el segundo para recordar que Rusia sigue siendo temida.
Pero ambos juegan con fuego. En el mejor de los casos, será una carrera tecnológica costosa. En el peor, una ruleta rusa planetaria.
Si algo enseña la historia, es que las carreras nucleares nunca terminan bien.
Y mientras Moscú y Washington desempolvan el lenguaje del miedo, el mundo vuelve a aprender una lección que creía olvidada: que basta una chispa, un error o una provocación para que el reloj del juicio final vuelva a acercarse a medianoche.
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